La siega


Mirando por la ventana se hilvanó en la madeja de sus pensamientos esta ocurrencia para nada original: todo se degrada, todo va al muere. La corteza de los árboles envejece y se destruye con asombrosa lentitud, los niños corren hacia las canas, la calvicie y la harina de polvo que serán sus huesos.

Pudo ver en el tejido de sus devaneos que toda vida emerge de lentas, lejanas y cansadoras muertes. Salió afuera a fumar el último cigarro antes de ir a trabajar, pero lo consumió y disfrutó casi todo el viento. Las muertes del viento.

Se encogió de hombros, al fin, ante la corriente de pensamientos de desgaste que no llevaban a ninguna parte salvo al hecho inexorable de que tenía que ponerse a laburar. Entonces entró al hogar, tomó la segadora que estaba junto a la puerta y salió de nuevo a cosecharnos.