Increíble concurso: ¡ganate la propiedad de Molinitos!

Sí, damas y caballeros, como ustedes lo han leído. Este fantástico blog por el que muchos pierden el sueño está lleno de dinero y quiere compartir una parte con ustedes, pero antes quiere algo a cambio. Así es: en la búsqueda por exprimir algo de vuestra creatividad se os propone este fabuloso premio:

 


¡Yo quiero, yo quiero! ¿Qué tengo que hacer? Muy simple: hacé un dibujo del niño corazón de limón y envíalo a calistoestalisto@gmail.com. Los dibujos serán publicados en el blog y el ganador será la envidia de todos sus amiguitos y vecinitos. (Todas las técnicas están permitidas, desde collage hasta dibujo digital pasando por mano alzada) ¡A dibujar!

El merengoso caso del niño corazón de limón (II)

Segundo trozo: de cómo Limón enfrenta al Niño Calvo y de las extrañas palabras que este le dice durante el último recreo. Además, los ojos del amor endulzan al menos un párrafo.

El merengoso caso del niño corazón de limón (I)


Primer trozo: de cómo Limón descubre algo horrible y de la actitud que decide tomar al respecto gracias a la cual inicia una trepidante investigación.

«Ave que vuela trae sabiduría»

Estamos en uno de esos templos orientales, aunque bien puede ser en una tienda en las afueras de la ciudad o, por qué no, en la ciudad misma. Para que tenga más ambiente digamos que la época es pretérita; no tanto como mitológica, pero sí de hace algunos siglos. Tenemos al maestro y al discípulo. Los dos con las túnicas un poco mugrientas pero que aún conservan la dignidad, y las miradas serenas de quienes todo lo material le importa tres corchos porque sus mentes viven posadas en una nube.
Cuando el maestro se levanta, con el espíritu levemente enturbiado por la bebida fermentada con la que ahogó la noche, se encuentra al discípulo meditando frente a la jaula del pájaro.
- Maestro, la jaula está vacía.
Un breve destello, fugaz pero preciso, toma por asalto la mente del maestro: en él la jaula estaba abierta, el pico de la botella se asomaba por allí y el pájaro, en lugar de beber de la botella como pretendía el maestro, se lanzaba al vuelo de la libertad.
- Maestro, ¿qué sucedió con el pájaro?
El Maestro recordó haberle gritado sendas barbaridades con su mente al pájaro que volaba y se perdía en la oscuridad. Después, agotado, se bebió lo que quedaba y se fue a meditar, para ser más simple, sabio y sobrio.
- Maestro, ¿dónde está el pájaro?
Ya las lágrimas asomaban en los ojos del discípulo cuyo principal objetivo autoimpuesto era cuidar del pájaro y conectar su espíritu con el del animal. El discípulo pretendía disolver su espíritu en el espíritu alado. Cifraba en esa conexión todas sus esperanzas.
El maestro quiso acercársele, acaso acariciarle la calva y decirle que todo estaba bien, que no había de qué preocuparse, que quizás el pájaro había decidido escapar, que quizás había alcanzado el Nirvana... pero no podía mentirle. La realidad era que la jaula estaba vacía y cerrada y él tenía un mareo etílico proverbial.
Miró la jaula, suspiró. De pronto se iluminó. Volvió a suspirar y en el suspiro a su discípulo le decía:
- El pájaro... el pájaro es la jaula.
Y el discípulo se sosegó instantáneamente. Los ojos se le secaron automáticamente y quedó absorto. Las enigmáticas palabras del maestro lo sumergieron en un nuevo nivel de meditación en el que se repetía: el pájaro es la jaula; la jaula es el pájaro.

Molinitos y la violencia

Dulces sueños, molinitos de viento.
Ya llegó tu hora.
Sí, te lo decimos en serio: es la hora, molinitos.

Pero yo quiero vivir
¡Ser feliz por las praderas!
Cantarle al viento la, la, la


Um… no, no.
Ya llegó tu hora.
Sí, te vamos a comer crudo, molinitos.

Pero se los ruego
Me encantan los animalitos
Y las plantas y las flores.


No, este es el fin del camino.
Fuiste, molinitos.
¿Y desde cuándo te haces el ecologista, molinitos?

¡Piedad, piedad!
No la carguen contra este pobre infeliz.
Yo… yo los amo.


Caramba, qué cosas.
Ahora sí que fuiste en serio, molinitos.
¡Molinitos puto, molinitos puto!

No, no, no así… esperen.
Los amo como prójimos.
Hermanos ayuntados en la vida.


Ah no, vos dijiste que nos amabas.
Ahora te la bancás, molinitos.
El viejo uno-dos, uno-dos, uno-dos.

¡Mancha!

La mancha no salía. Y eso que yo le fregaba y le fregaba pero la mancha no quería salir. Estaba agarrada, prendida, enquistada. Tela y mancha parecían una y la misma cosa. ¡Encima tela blanca!, y encima tremenda mancha roja.
Restregaba nudillos contra nudillos, un poco con agua fría, un poco con agua caliente, pero no había caso. Qué pena no tener un cepillito de esos de plástico, de los baratos que se consiguen en cualquier lado por dos mangos. No, mucha elegancia, mucha grifería dorada y espejitos con firuletes y la mar en coche pero estos paquetes no fueron culo de dejar un cepillito de plástico. Y lo que es el jabón, madre santa… francamente me da miedo.
Un jabón turquesa. Así, como un baldazo de agua fría, como tener que freírte una milanesa con el aceite mixto ese que se inventaron cuando había sequía del de toda la vida. ¡No, pero si habría que llevárselos a todos presos por papanatas, nomás! ¿No se dan cuenta de que los jabones de colores manchan la jabonera? Y a veces se chorrean y dejan manchado el lavatorio, un espanto. Hasta las manos manchan esos jabones de porquería. No hay nada como un buen pan de jabón neutro, ya lo decía mamá. Jabón neutro, sin todos esos químicos que le ponen encima para darles perfumito maricón y colores turquesas, jabón neutro, blanco y macho y con olor a jabón, qué cornos. Si hasta lo podés usar para lavar los platos, o para untar una olla por afuera y ponerla a la llama viva y que no se te tizne. Una vez escuché de un tipo que se estaba muriendo de hambre en la montaña y que se comió el jabón neutro para sobrevivir. No llegó ni a la mitad, pero lo que importa es el ejemplo, el espíritu. Te podés estar muriendo de hambre pero siempre llevás un trocito de jabón neutro en el bolsillo. Pero claro, estos caretas se gastan cualquier guita en diseñar un baño con baldosas de dos colores y no te ponen un pan de jabón neutro ni de casualidad.
Tienen unos aparatos que deben tirarte hojitas de papel que, o bien nunca le ponen hojitas o nunca cambian el aparato porque hoy en día ya no vienen repuestos para las cosas, se te acaban y chau, las tirás y te comprás una nueva. Después tienen ese otro que te tira aire caliente en las manos que es una porquería porque siempre tenés que encenderlo dos veces para que te queden las manos secas, y en verano es una tortura, pero que me viene bien si logro arrancar esta mancha de la camisa porque si no, no se seca más y vuelvo a la mesa con el lamparón y no va a faltar uno que me pregunte qué me pasó y yo tenga que mentirle, que sería lo de menos, pero que si se le graba en la memoria me puede complicar la situación después, a la hora de los secretitos en voz baja y las buchoneadas. Porque lo que es acá, a todo el mundo le gusta el conventillerío. Si seguro que hay uno que viene a cada rato a ver si alguien utilizó la expendedora de condones para después ponerse a averiguar quiénes estuvieron entrando y saliendo y sacar cualquier conclusión. Acá todo es así. Parece una máquina de condones este lugar.
Entonces tienen expendedora de hojitas de papel, expendedora de aire caliente y expendedora de forros. También una de esas bandejas, no sé cómo llamarlas, pongámosle “bandejas desplegables”, pegadas a la pared para cambiarle los pañales a los bebés, como si a alguien se le ocurriera la descabellada idea de asear a un bebé en un baño de hombres, como si los baños de este país no estuvieran repletos de pedófilos y violadores, por Dios.

Te leo al revés

El tema es que no me sale escribir nada si no se lo estoy escribiendo a una mina. Bien, esa fue la primera línea, que es la más difícil de hacer según los profesores de la universidad. Las que siguen deben irse desprendiendo de a poco. Y si no se desprenden de esa forma las desprende la culpa, por ejemplo. Así vamos, la culpa y las mujeres, palo y palo.
Y todo lo demás también. Pero qué es el todo lo demás no lo sé, quizás el nubarrón mítico que dio origen a la psicología. Quizás la tormenta iónica de la conectividad. Quizás los resquiebres de la moral de las sociedades. Quizás la doblemente falsa apoliticidad.
Mujeres, culpa, todo lo demás. El amor de la familia. Y, así dadas las cosas vamos, viéndolas con un toque de onda no se ven tan mal, casi podríamos decir que zafan bastante bien. Y vamos, dale que vamos, ya ni me acuerdo a dónde, pero sé que vamos, y no sé si sé a dónde, dónde, dónde precisamente.
El tema es que llegamos. Ponele en trencito, cargados, echando humo, meta chuuuu-chuuuu todos gritando, una cruza de tren fantasma y montaña rusa de algodón rosa, a los brincos traqueteando los rieles. Pum pum bang bang. Y de golpe se apaga todo, las luces, el tren, todo. Si querés le podemos poner una explosión, o decir que simplemente desapareció. Como sea la cosa es que ya no hay más ni mujeres, ni culpa, ni todo lo demás, ni el amor de la familia ni yo por añadidura. Entonces, qué importa a dónde vamos.

Primera entrada

Este blog no puede ser menos ni más que cualquier otra cosa.
De modo que como todo tiene un comienzo, aquí vamos. Decí "un, dos, tres y me levanto", "un dos tres, ¡arriba!", "jop".