«Ave que vuela trae sabiduría»

Estamos en uno de esos templos orientales, aunque bien puede ser en una tienda en las afueras de la ciudad o, por qué no, en la ciudad misma. Para que tenga más ambiente digamos que la época es pretérita; no tanto como mitológica, pero sí de hace algunos siglos. Tenemos al maestro y al discípulo. Los dos con las túnicas un poco mugrientas pero que aún conservan la dignidad, y las miradas serenas de quienes todo lo material le importa tres corchos porque sus mentes viven posadas en una nube.
Cuando el maestro se levanta, con el espíritu levemente enturbiado por la bebida fermentada con la que ahogó la noche, se encuentra al discípulo meditando frente a la jaula del pájaro.
- Maestro, la jaula está vacía.
Un breve destello, fugaz pero preciso, toma por asalto la mente del maestro: en él la jaula estaba abierta, el pico de la botella se asomaba por allí y el pájaro, en lugar de beber de la botella como pretendía el maestro, se lanzaba al vuelo de la libertad.
- Maestro, ¿qué sucedió con el pájaro?
El Maestro recordó haberle gritado sendas barbaridades con su mente al pájaro que volaba y se perdía en la oscuridad. Después, agotado, se bebió lo que quedaba y se fue a meditar, para ser más simple, sabio y sobrio.
- Maestro, ¿dónde está el pájaro?
Ya las lágrimas asomaban en los ojos del discípulo cuyo principal objetivo autoimpuesto era cuidar del pájaro y conectar su espíritu con el del animal. El discípulo pretendía disolver su espíritu en el espíritu alado. Cifraba en esa conexión todas sus esperanzas.
El maestro quiso acercársele, acaso acariciarle la calva y decirle que todo estaba bien, que no había de qué preocuparse, que quizás el pájaro había decidido escapar, que quizás había alcanzado el Nirvana... pero no podía mentirle. La realidad era que la jaula estaba vacía y cerrada y él tenía un mareo etílico proverbial.
Miró la jaula, suspiró. De pronto se iluminó. Volvió a suspirar y en el suspiro a su discípulo le decía:
- El pájaro... el pájaro es la jaula.
Y el discípulo se sosegó instantáneamente. Los ojos se le secaron automáticamente y quedó absorto. Las enigmáticas palabras del maestro lo sumergieron en un nuevo nivel de meditación en el que se repetía: el pájaro es la jaula; la jaula es el pájaro.

5 comentarios:

  1. (me hacen dar un poco de sueño.. pero de ese lindo, el que te da cuando estás acostado y afuera llueve)

    me recuerda a esos libros que leía de vacaciones en el sur, con el fresquito en la cara :)

    seguí publicando ^^
    te quiero, cuidate.

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  2. Me quedo meditando en esto de irse a meditar, para ser más simple, sabio y sobrio... sobre todo mas sobrio...
    Grandes palabras, Maestro!

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  3. Estuve durante un rato intentando contorsionar mis ideas con respecto a el pájaro es la jaula, la jaula es el pájaro y aún no he tenido una linda idea de forma homogénea...lo sigo intentando cuando lo descifre te comento nuevamente ... Arigato y por mas sabiduría.. Un abrazo grande..

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  4. Así se forman los grandes pensamientos, después de una curda.
    Además los discípulos se quedan pensando en cualquier descorchada idea, que después “parecen” magníficas.

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  5. Bueno, se nota q me voy poniendo al día...
    ...me llama la atención q pocos vean el significado de "la religión es el opio de los pueblos (sean occidentales o feng shuianos)", en estas simpáticas y llevaderas líneas... o sólo lo veo yo? Y si sólo lo veo yo, quién escribe?... mmmm...

    El nombre de la Rosa.

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