El merengoso caso del niño corazón de limón (II)

Segundo trozo: de cómo Limón enfrenta al Niño Calvo y de las extrañas palabras que este le dice durante el último recreo. Además, los ojos del amor endulzan al menos un párrafo.



Tres por siete veintiuno, pongo el uno y me llevo dos y entonces tres por dos seis más dos que me llevaba ocho dan un total de ochenta y uno y cuando lo agarre al Niño Calvo le voy a arrastrar la cara contra el pizarrón y acá tenemos cuatro por seis veinticuatro pongo el cuatro y me llevo dos y luego cuatro por tres doce más dos que me llevaba catorce y todo da un total de ciento cuarenta y cuatro Calvo merengoso asqueroso ya te voy a agarrar en el recreo, se decía el niño corazón de limón mientras se le retorcían las piernas de los nervios que le daba. Hasta que por fin sonó el timbrazo. Lo sacudió como un choque eléctrico. Fue lo mismo que cuando dan la campanada de apertura del primer round. Ni se molestó en cerrar el cuaderno. Directamente arrastró la silla hacia atrás, se bajó de un salto y fue derecho al patio, codeándose con sus compañeritos en el embudo que era la puerta.

Un recreo como el anterior, pero que daba la sensación de ser más viejo: los guardapolvos más arrugados, más sucios, más envoltorios de aluminio en los rincones, más ojeras en las seños apostadas como robots, más ganas de irse a casa todo el mundo. Arriba el cielo seguía gris plomo. En el kiosco se amontonaban los chicos, en las esquinas se debatían las apuestas, las patoteadas y el amor. Y Limón cruzaba el patio con los puños apretados y preparados y la mirada fija que te mide como para embocarte. Las bolitas de vidrio y las fichus pasaban a su lado y Molinitos corriendo porque los de quinto lo estaban por agarrar una vez más. Y Limón cruzaba el patio y entraba en la siguiente galería.

Desde lejos lo reconoció, ahí de espaldas contra la pared junto a la puerta del aula, la zapatilla manchando la pared y el chupetín quieto en la boca, las manos en los bolsillos, la mirada perdida al frente. No podía equivocarse, era el único niño calvo de toda la escuela. Limón enfiló hacia él. Iba entusiasmado pensando en dónde le daría el primer puñetazo… seguramente en el estómago, para que el calvo se doblara y cayera sobre sus rodillas y entonces le daría otro más en la cabeza para atontarlo y se le subiría encima y lo golpearía hasta que el otro confesara que le había sacado la campera y le jurara que no lo haría nunca más y le convidara un chupetín para hacer las paces y que Limón dejara de descargarle toda su furia guerrera.

Pero a medida que se acercaba, el niño corazón de limón veía que las piernas de su enemigo eran bastante gruesas, y que a cada paso que daba el niño calvo se hacía más y más alto, los brazos más y más largos, la cabeza gigante y monstruosa allá arriba, como a una cabeza de distancia, y cuando estuvo casi frente a él el niño calvo lo miró a los ojos con esa mirada azul y pensativa que tenía y a Limón se le aflojaron un poquito las rodillas y ya no estaba tan seguro de que lo mejor fuera golpearlo de entrada. Lo mejor era hablar, ver de llegar a un acuerdo… oh, ya se había comido su chupetín de reserva, ¿con qué podría endulzar a Calvo para que le diera una disculpa?

- Vos sos Limón –le dijo Calvo mirándolo de la cabeza a los pies-, vos sos del otro cuarto, ¿qué hacés en esta galería?
- Alguien me estuvo usando la campera… estoy buscando quién fue así le doy una paliza –respondió, tratando de sonar amenazante, pero la verdad es que le salió bastante aguda la sentencia.
- Vos sos el novio de Mojito, ¿no? –dijo Calvo, Limón asintió- Es una buena chica, es amiga de Margarita. A mí me gusta mucho Margarita.

Limón vio que del otro lado de la galería, allí donde Calvo tenía puesta la mirada antes de que él llegara, estaba el grupito de chicas de otro de los cuartos. Allí estaba Mojito hablando con sus amigas. Allí estaban los ojos de Mojito, parditos y brillantes y grandes, que de a ratos lo miraban a él y de a ratos se escondían debajo de la capellina verde con cinta y moño violetas. La boquita pintada cuidadosamente gesticulaba y gesticulaba mientras le contaba algo que parecía re importante a sus amigas. Y las miraba y lo miraba a Limón y Limón sentía que se le aflojaban de nuevo las rodillas y se le ponía boba la sonrisa.

- Desde acá se ve mejor –le dijo Calvo y Limón se apoyó en la pared a su lado con los ojos clavados en Mojito-, ¿podés creer que lo más lejos que llego es hasta mitad de la galería? No sabés las veces que intenté ir a hablarle a Margarita y decirle que quiero que sea mi novia. Pero no puedo, es horrible.
- Sí, a mí me pasaba lo mismo… fue Mojito la que me vino a hablar…
- Es extraño, che. Se supone que somos hombres, tendríamos que encararles.
- Pero sólo somos niños… -suspiró Limón.

El Niño Calvo sacó un chupetín anaranjado de su bolsillo y se lo convidó a Limón. Limón sonrió, lo abrió, se lo llevó a la boca y apoyó un pie en la pared, igual que Calvo. Se quedó mirando a Mojito, a la forma en la que hablaba, a la forma en que se movía, a la forma de su forma. Mientras que Calvo contemplaba a Margarita como quien mira una pintura renacentista.

- Esta mañana tuvimos hora libre mientras ustedes estaban en la hora de música en el salón. Recuerdo que un chico de mi clase entró a tu aula, capaz que lo conocés, se llama Fedro, anda siempre con una gorrita negra. Entró y salió… no sé, quizás es él el que te usó la campera. Después lo vinieron a buscar y se lo llevaron.
- ¿Quién se lo llevó?
El niño Calvo se alzó de hombros: - Supongo que la mamá… acá al aula vino una seño a buscarlo.

Limón dijo “gracias” pero el timbre le tapó la palabra, igual Calvo lo comprendió, lo saludó con un leve cabeceo y se metió en el aula. Limón se quedó un ratito viendo cómo entraban los demás alumnos y notó algo raro, indefinible, en sus rostros, una pesadez mezclada con una pizca de horror.

El segundo timbre le quebró el pensamiento como un cristal. Enseguida se puso en camino a su aula. Desde al otro lado de la galería Mojito lo miraba y esperaba a que se fuera, porque no le gustaba que la viera sin la capellina, y la seño no se la dejaba usar en el aula. Limón se detuvo un instante antes de llegar al patio, la saludó desde lejos, ella le tiró un beso.

Sintió que el limón de su corazón se ponía tibio y jugoso.

O:O
Próximo trozo: de cómo Limón sale en bicicleta a buscar la casa de Fedro y de lo que allí encuentra. Las palabras de “Días verdinegros” siembran nuevas dudas en su corazón.

3 comentarios:

  1. Espero el segundo trozo! besos! ^^

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  2. Hola soy ely morales amiga de mely camacho! Buensimo el cuento,te felicito! Me encantoo...Me gustaria poder leer el trozo q falta!..Beso!

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  3. Qué buena onda Molinitos!!! tiene el poder de transportarse de entrada en entrada!!!
    Será que el niño calvo y limón se harán amigos...?? Ya veremos el próximo trozo

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