El merengoso caso del niño corazón de limón (V)


Último trozo: de cómo Limón entra al patio de su casa, agotado y adolorido, y de la visita que allí lo espera. El hallazgo del último testimonio de Fedro. La merengosidad de la vida. Y al fin el fin.


Limón abrió la puerta de chapa verde del patio de su casa y metió su bicicleta. Apoyó el manubrio en la pared y se aplastó contra la puerta para poder pasar la traba. Odiaba esa traba, sobre todo a la hora de abrirla porque él no tenía la fuerza que tenía su papá para tirar de la puerta y descorrer el pasador con un solo movimiento. No, Limón tenía que subir y bajar la palanca mientras descorría la traba, escuchando el chirrido penoso de metal y metal. Odiaba la traba y de pronto sentía que odiaba a su papá también, y al merengue odiaba, y a ese horrible olvido que era como una gran pelusa metida en su cabeza, que no le permitía precisar cuándo había visto por última vez a su papá abriendo esa puerta y esa traba. Esa pelusa, esa pelusa, esa pelusa seguro que era de merengue. Una gran enorme maléfica Pelusa de Merengue. Pelusa merengosa. Pelusa merengusa. Perengue de merengue.

Una porquería, bah, suspiró Limón cabizbajo y subió la pequeña escalera con “Días verdinegros” bajo el brazo hasta llegar al nivel del patio. De golpe había más luz que la que él recordaba. El cemento del piso, las macetas y macetones contra las paredes, sus verdes plantas y sus pequeñas flores, el sillón hamaca, el gato pasando sobre la medianera, la parrilla dormida, los troncos petrificados decorativos, los troncos aún vivos de los árboles del jardín, el jardín algo selvático, el aire mismo, todo, todo brillaba un poco más, todo estaba un poco más dorado. Desde allá lejos el sol nos tironea y nos hace rodar, pensó Limón, y luego se sintió raro por haber tenido ese pensamiento. Pero así era, en definitiva el día estaba declinando y al hacerlo los rayos del sol se colaban en el cielo entre el barrio y el manto de nubes. Así todo era más brillante.

Es lo mismo que cuando es de noche pero al revés. Las cosas tienen menos bordes. No sé muy bien dónde termina esa maceta y empieza la pared, o dónde empieza esa maceta y termina su tierra, o dónde empieza su tierra y termina la planta. Veo una maceta una pared una tierra y una planta, y no alcanzo a ver cada una de esas cosas separadas por comas.

Esos pensamientos. Esos pensamientos. Días verdinegros. 

Tenía que escribirlos en las páginas en blanco que había dejado Fedro. Sí, a Fedro le interesarían esos pensamientos. ¿Y dónde estaría Fedro? ¿En dónde se metió? ¿En dónde lo metieron? Fedro “estaría” en su casa, “estaría” en la escuela, “estaría” en el barrio. Pero Fedro no estaba.

Limón lo descubrió cuando abrió el libro. Quería saber si había muchas hojas en blanco (y sí, casi la mitad del tomo) y terminó descubriendo un papel suelto en la última página. Estaba pegado con cinta. Y no era un papel sino una fotografía en blanco y negro. En ella se veía la fachada de un hotel con formas curvilíneas y un señor de sombrero, pipa y bastón, que miraba calmo al frente. A Limón le dio impresión esa mirada, parecía como la de su abuelo muerto en el cajón el día del velatorio. En todo caso lo que más le interesó fue lo que había escrito Fedro en el reverso con esa letra cursiva tan prolijita que tenía:

Esta es la única imagen que tengo de Papá, además del recuerdo. Hasta verla, no sabía que él había estado en otros lugares además de casa y del trabajo. Él es el único que puede responder a mi pregunta, así es que saldré a preguntarle. Inanna, espero que seas vos la que lea esto si no vuelvo.
Fedro.

Inanna… Limón estaba a punto de empezar a pensar algo cuando la chapa verde retumbó con violencia. El terror que había dejado atrás, como a diez cuadras de la casa de Fedro, le entraba de nuevo al cuerpo como un fantasma, como si lo hubiera seguido por inercia todo el camino. Y ¿acaso lo había seguido? No el miedo, el miedo venía de adentro, pero ¿y el monstruo? o lo que fuera que había golpeado las persianas allá, ¿el monstruo, eso, lo había seguido? 

La puerta retumbó nuevamente como una confirmación, como un en el lenguaje de los tambores y a Limón se le exprimió el corazón. 

Ya no podía moverse, no quería levantarse. Estaba en su casa, en su patio, en su lugar seguro, ya bastante lastimado y cansado. No había a dónde más correr. Podía hacerlo, claro, pedalear incluso, pero no había dónde ir, ningún refugio. Creyó que morir en su casa no estaba tan mal después de todo; aunque nunca creyó que moriría así, sin la fuerza de voluntad para defenderse, para blandir una espada de madera, para encarar al monstruo. El tambor funerario de la puerta de chapa vibraba en el aire por tercera vez. El lobo había llegado a la puerta y estaba soplando y soplando y no había un chanchito hermano con el que resguardarse. 

Es la muerte verdinegra que viene a buscarte el corazón, Limón. 

El silencio siguiente se le hizo eterno. Solo esperaba que la puerta estallara y perderse él también, desaparecer como Fedro, como Jorgelina, como la estatua de la plaza, como la hermanita de Laurita. 

Pero nada pasó por la puerta. Sí sobre ella y el paredón: surgió apuntando al cielo, temblequeó peligrosamente, luego se estabilizó y por fin se deslizó suave hasta los pies de Limón. El fuselaje de papel raspó contra el cemento y detuvo su marcha. Limón lo levantó enseguida y desarmó sus alas. La letra que escribía la nota era una imprenta bastante cuadrada, pequeña y de trazo firme:

Amigo Limón: vine a verte y no estás. Seguro que andás investigando. Averigüé algo que puede ser una pista, aunque no me gusta para nada: dicen que Niño Índigo es fanático de las merengosas. Ya sabés lo que eso significa, ¿no? Si tenés que hacer algo yo te ayudo, se la tengo jurada desde segundo grado al tilingo ese. Nos vemos en la escuela mañana.
Calvo.

Sí, claro que Limón sabía lo que significaba. Problemas. Índigo era problemas. Todos lo sabían en el barrio y en la escuela. Era agresivo y fuerte, más corpulento que cualquiera de los demás y encima tenía una pandilla que andaba siempre haciéndole la segunda. No sería fácil enfrentarlo. Aunque se sentía bien tener un aliado con el que contar.

- ¿Lima-Limón? 

La voz sonó como cuatro campanadas. El niño miró hacia la esquina que daba al jardín y vio el violeta del moño y el verde de la capellina y el miel de sus ojos. Fue un instante en el que recuperó el color en el rostro y se contagió de sonrisa:

- Mojito…

Se levantó enseguida, fue hasta ella y la abrazó torpemente, con el libro aún en la mano. Tenía un aroma… como de flores pequeñas, que era un colchón para el espíritu… estaba allí y por primera vez en todo el día Limón sintió que estaba tocando algo vivo, que estaba con una persona, con otro corazón. No quería dejar de restregar los ojos cerrados sobre el cuello de Mojito:

- Lima-Limón, ¿estás bien?
- Mas o menos… me siento raro
- ¿Qué pasó?
Limón meditó unos segundos, al fin suspiró y se apartó un poquito (apenitas) de Mojito:
- Fedro desapareció… y Jorgelina, y creo que la hermanita de Laurita también… y no puedo encontrar a los padres…
- ¿Qué padres?
Limón se alzó de hombros:
- Todos… cualquiera… no vi a ninguno en todo el día…
- Ah, vamos tontito, ¿quién te dio la leche esta mañana y te dio el almuerzo, entonces?
- No me acuerdo… tengo, tengo como un merengue en la cabeza…
- Seguro que fue tu mamá, Lima-Limón, ¿cómo es que te olvidaste?
- Es que el olvido… el olvido es el merengue en la cabeza…

Mojito rió y su risa sonó como una ristra de cascabeles. Era muy lindo sentirla reír. Ahora caminaban por el pequeño jardín que conectaba el patio de atrás con la puerta del frente. Una puerta que rara vez se abría; a Limón le era más cómodo entrar y salir por atrás, allí podía dejar la bici. Se sentaron en el pequeño tapial frente a la puerta. A medida que pasaban los minutos se iba perdiendo el brillo, pero con mucha lentitud, y poco a poco caía como un manto el anaranjado rosáceo del crepúsculo.

Limón le contó lo mejor que pudo sus aventuras en casa de Fedro, el descubrimiento de “Días verdinegros”, el escape lleno de miedo y lo que vio al regresar. Cuando terminó tenía su mano entre las manos de Mojito. La mirada de ella revelaba preocupación pero también determinación.

- ¿Y Fedro se fue solo?
- Así parece…
- Tenemos que hacer algo. Traerlo de vuelta.
- No sabemos dónde está. Además, creo que no solo salió a buscar…
- …Salió también para escaparse… -dijo Mojito
- Ajá…

Se quedaron unos momentos en silencio mientras las nubes se teñían de rosado y empapaban con ello todo lo que estaba debajo. Así el barrio no se veía gris, negro y verde. No, pero se veía bastante merengoso por cierto. Limón sintió que todo estaba manchado de merengue. Ya ni ganas de vomitar tenía. Algo había cambiado luego de que vio a las hormigas sobre la galletita, allá afuera, del otro lado de la casa. Algo había cambiado pero no podía precisar qué.

Mojito hizo un breve movimiento, se acercó a él hasta que quedaron unidos por las caderas y apoyó su cabeza sobre el hombro de Limón. Estuvieron así un ratito, hasta que ella tiritó un poco. Con mucha suavidad, Limón se las ingenió para quitarse la campera sin interrumpir el descanso de su novia y la cubrió con ella.

- Gracias, Lima-Limón... –suspiró Mojito, arrebujándose en él

Y así Limón contemplaba cómo se terminaba el día. Se difuminaban los contornos. Con mucho rosado antes de la oscuridad de la noche. Un final rosa, en definitiva. 

Y fue rosa, rosa, en serio. Del mismo color del paquete de galletitas que abría Mojito, medio entredormida. Igualito al relleno de esa galletita merengosa que ya se llevaba a la boca y que degustaba con evidente placer. Así, idéntico, rosadísimo. Tanto que Limón no sabía si reír, o llorar, o vomitar. Pero bueno, dado que se había cansado de estas ultimas dos, se dejó llevar por la primera, que es más linda que tirarse en un tobogán.

Porque al final, ni el merengue del olvido podía superar ese lazo. Un medio limón y otro medio limón; un medio mojito y otro medio mojito. 

Y así, descubierta la causa del merengue en los bolsillos, Limón dio por cerrado el caso.

.:O:::O:.

3 comentarios:

  1. Un final feliz para Limón...Felicidades querido Calisto, que sigan los éxitos!!

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  2. ¿Será el amor capaz de curar las fobias? ¿O habrá que curarse de las fobias para encontrar el amor?

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  3. Gran historia, llena de cositas por todos lados, y redondita, la leí con una sonrisa en la cara.... abrazo!

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