El merengoso caso del niño corazón de limón (III)

Tercer trozo: de cómo Limón sale en bicicleta a buscar la casa de Fedro y de lo que allí encuentra. Las palabras de “Días verdinegros” siembran nuevas dudas en el corazón de Limón.



El cielo seguía estando gris, como a la mañana. Sin embargo el sol se insinuaba, potente y caluroso, por encima del velo de las nubes. Y Limón pedaleaba cuesta arriba, medio atontado por el calor de la siesta. Ya ni recordaba lo que había almorzado. No debió dejarse puesto el pullover y salir a pedalear, la lana le picaba. Además, trataba de recordar dónde estaba la casa de Fedro.

Había ido una sola vez allí, para un cumpleaños. Recordaba que había muchos chicos, todos entretenidos en vaciar las mesas de palitos saldos, papitas fritas y chisitos. Fue la vez en que Mojito se le acercó y le preguntó si quería ser su novio. Limón estaba tan nervioso que le transpiraba detrás de las orejas. Le dijo que sí porque la quería desde el primer instante en que la había visto. En este momento, mientras pedaleaba, se daba cuenta de que era la única chica a la que iba a querer jamás.

En el cumpleaños Fedro había sido una presencia más bien esporádica. Entraba y salía de su casa con más compoteritas con salados. Cada vez que entraba resonaban gritos adultos desde el interior. Limón nunca tuvo la oportunidad de felicitarlo, nunca lo pudo encontrar.

Bicicleteaba acalorado por las intrincadas calles, cuyas casas parecían demasiado apretadas y sus techos como derramados sobre la calle casi como si quisieran tapar la luz del día. Buscaba la casa de Fedro en el barrio y en su recuerdo. Hasta que por fin la encontró.

Una casa normal, como las demás. Con las persianas cerradas, como él la recordaba, y la ligustrina que rodeaba al patio sin cortar, alta y frondosa. Dejó la bici medio escondida entre los arbustos para que nadie se la robara y fue a golpear en la despintada puerta del frente. Nadie lo atendió. Golpeó de nuevo… nada. Así es que entró como lo hizo el día del cumpleaños, por el costado, a través de una desvencijada puertita de madera.

El patio se veía aún más descuidado que en el cumpleaños. Las parras se abrazaban secas a los pilares de cemento y en las macetas solo quedaban hebras marrones y resecas. El pasto estaba crecido contra las paredes y lleno de espacios con tierra, descuidados, pedregosos. Allá en el fondo todavía se mantenía en pie el árbol viejo, y encima una diminuta casita hecha con madera y pedazos de cartón. Sin duda el refugio de Fedro.

Limón se acercó con miedo… el patio se veía triste y solitario, la casa parecía un gigante dormido y peligroso. La casita del árbol era el único sitio que se veía seguro de esas influencias.

Los peldaños eran maderas clavadas en la corteza del árbol. Limón tuvo que esforzarse mucho para subir, y al final tuvo que meter medio cuerpo y arrastrarse al interior, donde quedó sentado porque el techo estaba muy bajito.

Cuando pudo respirar bien se le cortó el aliento. Las paredes de la casita del árbol estaban llenas de fotos en blanco y negro de lugares que Limón no conocía, la mayoría de ellos eran hoteles. En un rincón había unas frazadas dispuestas como si fueran una cama, aunque parecían un nido, y encima de ellas un libro grueso, de tapas duras y marrones, hojas amarillas y gruesas. En la tapa, escrito con un crayón decía: Días verdinegros.

Sentado como indiecito Limón puso el pesado libro sobre sus piernas y estaba dispuesto a abrir la tapa cuando notó, en un rincón, un paquete abierto de galletitas chocolatosas. Suspiró… parece que Fedro no era un consumidor de merengosas. Eso lo tranquilizó pero lo dejó intrigado, más que por quedarse sin pistas, por el hecho de tener en sus manos aquel libro tan raro. ¿Debía leerlo?

Evidentemente… la curiosidad pudo más. El libro crujió cuando abrió la tapa y leyó la primera página:
¿Tengo nueve años? No entiendo, ¿por qué no lo entiendo, por qué siento que la edad me queda corta? Hay algo… algo extraño en este barrio. Los padres parecen no tener sustancia. (Aunque quizás sean los míos… papá desapareció y a mamá algo se la está llevando de a poco). El verde y el negro es este barrio. Lo intenso del primero, lo oscuro del segundo. Un prado geométrico y fotosintético y espolvoreado con ceniza vieja.
Limón sintió que una aguja le tocaba el corazón. El barrio. Los padres. Abrió otra de las páginas al azar y leyó:

Ayer vi a Jorgelina pasar frente a mi ventana saltando a la soga y se me puso la piel de gallina. Todas esas arruguitas tapándole la mitad de la cara no le daban un aspecto muy bonito, pero se las arreglaba para mantener el flequillo caído de costado. Aunque con cada salto que hacía se le veía un poco más, y era como ver asomar cucarachas desde un rincón recién desinfectado.

Jorgelina. ¿Jorgelina no era la nena que un día desapareció de la escuela y no volvió nunca más? ¿La nena que todos decían que estaba enferma, dañada, triste?

Limón avanzó más páginas, dispuesto a ver qué era lo último que había escrito Fedro, cuando de pronto sintió un golpe fuerte y seco que venía de afuera, del lado de la casa. Y no podía ser el viento, porque no había viento. Limón sintió mucho miedo, cerró el libro y se quedó escuchando atento, casi temblando.

El golpe resonó una vez más. Limón creyó sentir el nombre de Fedro, mezclado con herrumbre y dolor, en el ruido que llegaba hasta la casita del árbol.

O:O
Cuarto y penúltimo trozo: de lo que sucede en casa de Fedro en esa siesta gris. Los vecinitos y el miedo. El merengue y las hormigas.

5 comentarios:

  1. Se puso tenebroso el asunto
    Ya te dije, me encanta como describís la situación! Quiero vivir en la casa de Fredo!!

    Ya queda poco :O... luego te paso el dibujo!

    saluditos
    carol gabriel

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  2. Es de una ternura exquisita. Contás de una manera que te lleva de la nariz. Me gusta.
    Prometo mandar un dibujito de Limón.

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  3. ...ojid aminónA muy bueno Calistipancisto, me da mucha garcia (sic) la forma de las palabras y la dinámica. En un mundo en donde ya nada más parece sorprender, un breve relato te raja las telas de lo imaginario. Y te intriga. ¡Qué necesario es el arte para la vida!

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  4. Que buen comentario dijo el anónimo. El breve relato parece ser lo único que surte efecto a la hora de romper las telas de lo imaginario (y de lo no tan imaginario, digo yo)
    saluditos! carol menta gabriel n.n

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