El merengoso caso del niño corazón de limón (IV)

Cuarto y penúltimo trozo: de lo que sucede en casa de Fedro en esa siesta gris. Los vecinitos y el miedo. El merengue y las hormigas.



Con el libro aferrado al pecho Limón se paró en el umbral de la casita del árbol y sus ojos se llenaron de patio. El suelo estaba allá abajo, lejísimo. La casa estaba ahí enfrente, despertando en el crujido de una persiana que intentaba abrirse y en la voz que volvía a emerger como el bostezo de un ogro: «Fedro…».

Tenía que salir de ahí, tenía que escapar, tenía que moverse y pronto. Así que lo primero que hizo el niño corazón de Limón fue tirar el libro. El grueso tomo cayó con un golpe seco sobre el pasto y la persiana dejó de agitarse un instante: «¡Fedro! ¿Qué estás haciendo? ¡Vení ya mismo! ¡Fedro!».

Rápidamente Limón apoyó su pecho contra el suelo y buscó desesperadamente el primer peldaño con la punta de los pies. Lo encontró, se deslizó, empezó a descender. Y faltando algunos escalones por recorrer decidió saltar. Cayó mal, no pudo mantener el equilibrio, se resbaló, dio de lleno con la espalda en el suelo. La voz se convirtió en un grito imperativo y desesperado que lo llenó de terror y lo obligó a clavar los ojos en la persiana. Que no se abra, por favor que no se abra, por favor que no se abra, que no me trague, que no me mate, voy a llorar, voy a llorar, voy a llorar.

Y no se abría, como si el mecanismo no funcionara. Fue entonces que empezaron los golpes. Si no se abría, la voz la derribaría. Limón se puso en pie lleno de adrenalina, tomó el libro y salió corriendo hacia su bicicleta sin querer mirar atrás. Abrió la puerta lateral del patio con un golpe y levantó la bicicleta en el momento en que le caían las primeras lágrimas y se le empezaba a nublar la visión. Lanzó el libro al interior del canastito y tomó envión con el manubrio en la mano, dio un saltito y se acomodó en el asiento. Atrás la persiana cedía y la voz emergía más potente que nunca: «¡Fedro, Fedro, no te escapés vos también!».

Pedaleó como nunca lo había hecho. Absolutamente movilizado por el instinto. El limón de su corazón golpeteando como un tambor descontrolado y las manos transpiradas y resbalosas y la garganta oprimida y gimiente. Sin saber por qué, no podía dejar de recordar las pocas imágenes que tenía de Jorgelina en su mente, imágenes un tanto empañadas por el tiempo implacable. No se volvió a hablar de ella, recordaba, no se volvió a hablar como si nunca hubiera estado ahí.

Entonces, como a diez cuadras de la casa de Fedro, empezó a sentir los primeros dolores. Por el ardor se dio cuenta de que se había pelado los codos y las rodillas al bajar de la casita del árbol, mientras que la espalda le latía por el impacto de la caída y sentía punzadas en el hombro izquierdo con el que había abierto la puerta lateral del patio al escapar. Además descubrió que tenía muchas ganas de hacer pis.

Se detuvo en la esquina de una plaza muy frondosa. Alguien le había dicho que en el centro había una gran estatua que se iba hundiendo poco a poco y que llegaría el día en que la punta de la espada que sostenía también desaparecería y que entonces empezarían a hundirse los árboles con ella. Mientras hacía pis entre unos rosales que no tenían rosas Limón se preguntaba si la plaza seguiría existiendo después, boca abajo, del otro lado del suelo.

En la vereda de enfrente un niño jugaba con una espada de madera. Saltaba de un lado al otro de la acequia y blandía su arma contra unos piratas. Gruñía y cortaba el aire y amenazaba a sus enemigos. Hasta que dio un mal paso y se precipitó al interior de la zanja. Salió de allí de un salto con el espanto dibujado en el rostro. Miró hacia un lado y hacia el otro. Ya los piratas lo habían rodeado por completo y no tenía con qué defenderse y por nada del mundo bajaría a recuperar la espada. Así es que entró corriendo a su casa de donde no saldría por unos cuantos días, Limón podía percibirlo.

Luego del último chorrito se subió la bragueta y se puso a pedalear de nuevo. Había algo que no le gustaba de aquella zona. Aunque había algo que no le gustaba del Barrio en general; las palabras de «Días verdinegros» habían acentuado esa sensación, le habían dado una forma tangible, le habían gritado piedra libre en la cara.

Faltando apenas cinco cuadras para llegar a su casa, el niño corazón de limón se encontró con una niña que estaba parada en mitad de la calle. Se llamaba Laurita y también iba a la misma escuela que él, así es que cuando llegó a su lado apretó los frenos y apoyó un pie en el asfalto. Laurita estaba mirando fijo al cielo dibujado en el suelo. El resto de la rayuela estaba marcada y remarcada con tiza blanca en la calle. Laurita estaba en cuclillas y tocaba con el dedo las letras de cielo. Cuando lo vio detenerse sintió que la ansiedad la desbordaba y rápidamente le dijo:

- ¡Se fue, Limón, se cayó!
- ¿Quién se fue? –respondió él, pensando primero en Fedro, luego en el niño de la espada de madera, luego en él mismo, luego en quien quiera que le haya metido todo aquel merengue en los bolsillos.
- Mi hermanita, Limón, mi hermanita se cayó.
- ¿En dónde se cayó?

Laurita se paró, se acomodó el pelo detrás de la oreja, lo miró seria. Luego miró y señaló al cielo en el suelo.

- Se cayó al cielo, Limón. Tenía la piedra en la mano y había terminado el camino y entonces se cayó por acá y por acá se fue.
Los dos se quedaron contemplando las letras en el interior de la nube. El asfalto estaba tan gris como las nubes que se deslizaban sobre sus cabezas. El Barrio se veía tan desierto como cuando Limón había salido de su casa.
- Mamá me va a matar –dijo Laurita.
- ¿Hace cuánto que no ves a tu mamá? –preguntó Limón.

Ella lo miró con extrañeza, como si la pregunta no tuviera mucho sentido. Alzó los hombros:
- Desde esta mañana, supongo… -y volvió a la posición en cuclillas y a tocar las letras de cielo con el dedo.
Limón retomó entonces el pedaleo, tratando de recordar.

Pero no, durante las cinco cuadras que le restaban de camino no pudo dar con la imagen de la hermanita de Laurita. Hasta donde él sabía su compañera era hija única.

Así fue que llegó hasta la puerta de chapa pintada de verde que daba al patio de su casa. Se sintió aliviado al bajarse de la bici y saber que del otro lado lo esperaba el sitio más seguro del mundo. Pensó en la leche tibiecita (no caliente ni fría, tibiecita) que se tomaría y en las galletitas frutosas con las que la acompañaría. Pensó en eso pero algo le llamó la atención a un costado, ya no sobre la vereda sino en la tierra, donde estaban los yuyos de siempre, y no pudo contenerse y tuvo que soltar la bici e irse a un costado y vomitar.

Vomitó tres veces hasta que le quedó el estómago vacío. Vomitó con los ojos abiertos y las pupilas titilantes y nerviosas concentradas en ese rincón al costado de la vereda. Vomitó sin poder dejar de contemplar al centenar de hormigas que se subían unas sobre otras y sobre otras y sobre otras y todas sobre los restos de una asquerosa e inmunda e intragable galletita merengosa. Vomitó hasta que no pudo más y tuvo que enderezarse y limpiarse la boca con el dorso de la mano.

Entonces perdió nuevamente el control y el llanto explotó desde el centro de su pecho.

O:O
Próximo y último trozo: de cómo Limón entra al patio de su casa, agotado y adolorido, y de la visita que allí lo espera. El hallazgo del último testimonio de Fedro. La merengosidad de la vida. Y al fin el fin.

5 comentarios:

  1. Me encantó el poema vívido de la estatua y el pozo negro, es cómo siempre ven en paralelo nuestros ojos estéticos, creando una realidad paralela a la realidad física. Acto seguido, el enfant de enfrente: en un segundo y por un segundo nos metemos en un relato paralelo, como si nada, mientras el resto de la plaza lentamente se va undiendo y mientras uno orina. Después la parábola de "se cayó en en cielo" (con sus dos perspectivas semánticas en una). Buena dinámica Stip tip pan pan. Igual se lo voy a contar todo a Madame Pudopudópululus. Te voy a dar a vos frutosas...

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  2. Es genial. Tenés que dejar que filme este cuento!
    Amé las descripciones, como siempre muy precisas.
    Lo más lindo es que nos hacés creer una cosa, y nos llevás a otra y así.. me encanta..! *-*

    te dejo beso de menta :)

    carol gabriel n.n

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  3. Mza,28 de marzo 2010 3.35 am
    Estimado Sr. Calisto:
    Aguardo con ansias el desenlace de esta atrapadora historia, en la cual el personaje se asemeja mucho a una persona que conoci hace un tiempito "que tiene el corazon de limón..." y que alguna vez creo haber endulzado con unas copas de vino.
    Lo saludo muy cordialmente.

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  4. Oh, los contratiempos (y este lo és, jugándonos en el equipo contrario) han detenido el ultimo sorbo de la limonada. Pero ya sabes, lo bueno es breve y pequeño y en dosis. Limón requiere un momento especial, ineludible, como el filo dulce de las copas de vino. Hay que esperar solo un poco más, además, viene con un color muy profesional el próximo Limón.

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  5. No me hagas esperar tanto...seguro lo mejor viene de la mano del final.
    Besos!

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